jueves, 28 de julio de 2011

LA CAIDA DE LOS DIOSES

Lina Cavalieri
Como ustedes saben, estos días están retransmitiendo en Radio Nacional de España las óperas de Wagner que se están representando en el mundialmente conocido festival de Bayreuth. No voy a hablar hoy de ese selecto club cultural de los wagnerianos, que lleva más de 150 años en pleno auge, quizá otro día. Hoy ha llamado mi atención lo frecuente que es que silben y pateen la actuación de los cantantes de ópera, cuando no responden a sus exigencias. Y pienso que tras el enorme éxito que algunos cantantes de ópera pueden llegar a alcanzar, que incluso les apodan divinos, viene su caída, irremisiblemente condenados al olvido, por grande que haya sido su gloria. ¿Dónde están las divas y divos de antaño?, diría el poeta.

Revolviendo libros, topo con una biografía de Lina Cavalieri, la italiana, que a fines del siglo pasado, era llamada la mujer más hermosa del mundo. Mi abuela tenía un disco suyo. Yo lo escuchaba en el gramófono que tenía en su casa de campo, a pesar del terrible ruido de fondo que hacía la aguja con su arado sobre el grueso disco.

Había nacido e 1874, y vivió hasta 1944. D´Annunzio la había llamado “la testimonianza di Venere in terra”, el testimonio de Venus en la tierra... Había nacido en un pobre barrio de Roma, de gente muy humilde. Debutó a los veinte años en las varietés, aunque ella sostuvo siempre que lo había hecho a los catorce, bambina ingenua y tímida... La avispa era entonces el ideal de belleza, y Lina era la avispa. Tuvo grandes éxitos. Cantó en Roma y en Nápoles, y en París, en las Folies Bergerres. Fue un triunfo colosal.

Perfeccionó su voz y dio lecciones de canto. Apareció en Lisboa, vestida literalmente de joyas, cantando ópera, Los Payasos. Fue silbada por las señoras portuguesas y aplaudida por sus maridos. D´Annunzio  dijo: “Lina, una resonancia tienes en la voz que me consuela y me contrista, como en octubre, cuando, con los rebaños, se camina a la orilla del mar...” Pese a los silbidos en Lisboa cantó en Italia. Visitó Berlín, donde fue muy apreciada; para muchos cantaba mal, pero interpretó con muchísimo éxito un amplio repertorio de óperas desde la ópera de Monte Carlo al Metropolitan Opera House de Nueva York, y actuó con los mejores tenores de su época, sin que faltara Enrico Caruso.

Los primeros dentífricos se anunciaron con su sonrisa, que dejaban ver los entreabiertos labios, los finísimos dientes. Estuvo a punto de ser raptada por un Majarajá indio, y al fin, abandonando banqueros y marqueses de Francia, se casó en San Peterburgo con el príncipe Alejandro Bariatinsky, el hombre más rico de Rusia en su tiempo. Pero se aburría en la corte de Rusia, y del asedio de los grandes duques. Pidió el divorcio, alegando motivos religiosos, y se lo concedieron en San Petersburgo sin dificultad alguna.

La gente se apiñaba para verla pasar al galope, en su caballo blanco. El propio Guillermo II la saludaba militarmente. Se casó, entonces, con el multimillonario americano Canler, que le regaló tres casas palacio en Nueva York. El matrimonio duró una semana, Lina abandonó su Bob y regresó a París con más joyas. Cuando se retiró de la escena, abrió una casa de belleza en París. También interpretó varias películas mudas.

Lina tuvo muchos amores y cuatro maridos, pero un día envejeció. Y regresó a Italia, a Florencia, una ciudad en la que se puede envejecer y esperar la muerte. Lina andaba siempre con un maletín: llevaba en él sus joyas. Vino la guerra del 39, la rendición de Italia. Los aliados bombardeaban Florencia. Un día, al anunciarse un bombardeo, Lina, buscando el refugio más próximo, se dio cuenta de que salía sin su maletín: volvió por él y una bomba la mató, justamente cuando abrazaba su famoso maletín de piel de Rusia con las joyas y el dinero... Tenía los ojos celestes, dulces, serenos, “ojos de niña”, dijo D´Annunzio; “de niña abandonada en una estación de ferrocarril”, dijo Cocteau...

Gina Lollobrigida la encarnó en la película de 1955, La mujer más bella del mundo. Fue bella, elegante, famosa, pero inútilmente. Hoy ya nadie la recuerda. Maldades que tiene el tiempo.

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