miércoles, 28 de diciembre de 2011

AÑO NUEVO

Ya se va el año 2011. Para los celtas, los años son como liebres y toman figura de éstas cuando las contempla un humano. Por eso los años se van tan rápidos, como liebres veloces en campo llano. Los años se van rápido. No se sabe si devoramos los años o si los años nos devoran a nosotros, no se sabe quién come a quien, si el hombre al tiempo o el tiempo al hombre. Pero digamos adiós a este año, que ha sido confuso y fatal.

Yo les deseo a todos los que me leen un muy feliz 2012, o al menos que sea algo mejor que el año que se va. Hay coincidencia en que será un año oscuro y que a todos nos traerá la ruina. Así lo predicen las listas de la cábala, el repertorio ceremonial chino, las profecías de Nostradamus, los secretos de Fátima, los calendarios de los incas y, sobre todo, los pronósticos de los economistas y políticos. A eso se dedican esos seres agoreros y catastrofistas, que antes llamábamos brujos y magos, y ahora denominados expertos. Nos asustan, pues, los adivinos, desde la oscuridad de los siglos y hoy desde la omnipresencia tecnológica de los medios de comunicación. Pero no les tomen demasiado en serio. Todo lo que hace el hombre con el tiempo es medirlo. El pasado lo recuerda mal y luego lo olvida para poder contarlo como se le antoja. El futuro nunca lo adivina, pero insiste en predecirlo. A algunos eso les da buenos réditos.

Por eso no dejen que nadie les quite ahora, cuando llega un Nuevo Año, la esperanza de Vida Nueva. Y si, finalmente, resulta ser 2012 un año tan malo como predicen, también se irá corriendo como liebre camino del mar, a encontrarse con sus compañeros, los años pasados. Mientras tanto, yo espero el nuevo año, junto a mi amada, escuchando buenos villancicos.

jueves, 8 de diciembre de 2011

ALL THE WORLD IS GREEN


I fell into the ocean
When you became my wife
I risked it all aganist the sea
To have a better life.
Marie you're the wild blue sky
And men do foolish things
You turn kings into beggars
And beggars into kings.
Pretend that you owe me nothing
And all the world is green
We can bring back the old days again
And all the world is green.
The fase forgives the mirror
The worm forgives the plow
The questions begs the answer
Can you forgive me somehow?
Maybe when our story's over
We'll go where it's always spring
The band is playing our song again
And all the world is green.
Pretend that you owe me nothing
And all the world is green
We can bring back the old days again
And all the world is green.
The moon is yellow silver
Oh the things that summer brings!
It's a love you'd kill for
And all the world is green.
He is balancing a diamond
On a blade of grass
The dew will settle on our grave(s)
When all the world is green.
Tom Waits

martes, 18 de octubre de 2011

CUNQUEIROMANÍA (6)

Álvaro Cunqueiro amó todas las pequeñas cosas y honestas satisfacciones que proporcionaba la vida: leer un libro, ver un paisaje, viajar, narrar una historia, oír una canción, departir con los amigos... Por ello gustó también de los regalos del gusto y el olfato. Gozó de los vinos y de las viandas con una total inteligencia, con una actitud espiritual, constructiva y creyó que estas pequeñas cosas podían ser muy grandes y satisfactorias si se habían de usar de ellas noblemente, con mesura y deleite.

Tenía una amplia cultura gastronómica, y no sólo teórica. Quienes viajaron con él, como Nestor Luján a quien sigo en esta entrada, nos cuentan que comió reno y gallina de las nieves en Estocolmo, delicados hortelanos en Provenza, sabrosas perdices en su Galicia natal, cercetas en Barcelona, un suntuoso corzo a la austriaca en Madrid.

Degustaba de la comida con callado placer (“el silencio es de absoluta necesidad a la hora del almuerzo y el alma pacificante hace que la memoria olvide iras y agravios” –dejó escrito don Álvaro) y bebía con devota mesura –el sosiego grave y reflexivo de los maestros– los densos y perfumados vinos venatorios. Su memoria era inmensa en este campo, y recordaba en Les Baux de Provenza un vino que sólo había bebido una vez o en Palermo el sabor inédito, casi olvidado para su paladar atlántico, de la genuina langosta mediterránea. En la mesa era el más delicioso de los conversadores y el más inteligente de los paladares. Nuestro escritor fue un gastrónomo delicado, un paladar infalible y, sobremanera, un gran amante de la cocida de caza.

Y con este sentido cristiano y mesurado de las sensaciones físicas, escribió de una forma peculiar y respetuosa sobre gastronomía. A sus dones como gastrónomo, innatos y adquiridos, añadió su maestría de escritor. Escribió en gallego y castellano, y en ambas lenguas trató de manjares y vinos con una imaginación barroca y un conocimiento seguro. Fue maestro de escritores gastronómicos. Dignificó los términos y la literatura del paladar.

Además de infinidad de artículos y referencias gastronómicas en todas sus obras, nos dejó sus libros: La cocina cristiana de Occidente, lleno de erudición y fantasía, con una estupenda memoria inventiva; A cociña galega, que es un ensayo profundo y riguroso sobre la gastronomía del Finisterre; y Teatro Venatorio y coquinario gallego, que publicó con su amigo José María Castroviejo, y cuya edición facsímil puedo hoy disfrutar por obra y regalo de mi hermano. Años después se publicó con el nombre de Viaje por los montes y chimeneas de Galicia. Les recomiendo saborear cualquier de ellos. Son un auténtico placer.

Por si no se animan, aquí les dejo una pequeña loa sobre la cocina tradicional.

Siempre me pareció, señores cazadores, que en el Nuevo Testamento faltaba una epístola de Pablo, Juan o Pedro, o Santiago el Mayor, a los cocineros y cocineras. Y se me puso en el magín suplir yo tal pliego, buscando boca santa en la que fuese muy propio el discurso autorizado... No os voy a fatigar con él, que ya veo venir las fuentes de ostras a la mesa y oigo descorchar el albariño, pero hay un punto que no me resigno a callar, y es el de la santidad de las grandes y famosas recetas. Tiempos vivimos tan insurrectos, que aun aquí acontece haber alteración, trampa y desorden, y se oye a los bárbaros en la frontera de la cocina decir que no hay reglas, o que de gustos nada se escribió, y que para cada boca su dulce

Todo lo borra el tiempo, hasta el amor. Que lo borre, pero no permitáis que los años confundan en la memoria vuestra las canónicas porciones, las felices partecillas de especies que entran al guisado para darse sazón y punto. Mejor es que se pierda la memoria de Babilonia, al fin ciudad impura y perfumada por el pecado, que la lección que ordena quitar el ajo ya frito cuando los menudos del pato entran a la sartén, para el salteo previo, ilustrando el cocinero su fogón con la salsa que llaman entre lucenses la salsa Ramona. Más vale que caiga en olvido toda la ciencia gramatical que aprendemos en el Donato, antes que el cocinero traspapele el capítulo que dispone que el lomo de jabalí ha de ser puesto envuelto en manteca de cerdo en la tartera, y no echado de sopetón en la grasa caliente... Y toda la silogística que se sigue en las escuelas, ¿darías acaso el saber que creó el punto de las grandes salsas? ¿No es la mayonesa, por ventura, un éxito de la humana imaginación, comparable a un poema, a un cuadro, a un concierto para flauta y órgano de los más famosos y estimados? No innovéis, hermanos, en cocina porque corréis el riesgo de mezclar. Mixto y pisto en cocina son pecados mortales. Ateneos a la Patrística, y así como no mezcláis los vinos, respetad la pureza del hallazgo antiguo, y si en vuestro fogón, un dichoso día se produjese el milagro, antes de publicar la nueva receta, provocad proceso de canonización, y que el de más fino y difícil paladar entre vosotros sea el abogado del Diablo. Y vaya y venga siete veces el tomo del caño al coro y del coro al caño sin error, antes de que se pueda decir a los huéspedes: Esta es la flor.

Después de leer esto, no quiero ni imaginar lo que opinaría mi admirado escritor sobre la actual cocina del catalán Ferrán Adriá, y de su laboratorio de innovaciones efímeras, que a todos maravillan y deslumbran. A mí incluido, pues he tenido la suerte de haber visitado su fonda El Bulli dos veces, con Abril y unos amigos, hace ya más de diez años, cuando a la sazón semejante hazaña era posible, pues no era el rey de todos los cocineros del mundo, hoy ya destronado, por cierto.

Por mi parte opino que esto de la mente es como un paracaídas, que si no se abre no sirve para nada. Y en esto de los placeres no hay que tener prejuicio y disfrutar de todos aquellos que la vida nos quiera brindar, sean tradicionales platos de caza, unos huevos fritos con patatas o sofisticadas espumas de colores sorprendentes y aromas sutiles.

jueves, 13 de octubre de 2011

YO SINCERAMENTE

Así se titula un artículo del no bien ponderado Javier Gomá Lanzón, a quien leo desde hace algunos años, publicado en el último Babelia. En él defiende la necesidad de la mediación de la cultura, la buena educación y la cortesía, con sus pequeñas claudicaciones, sus piadosas insinceridades, sus balsámicas hipocresías, que hacen la vida amable porque crean la ilusión de una mutua benevolencia. Esas mediaciones reales y simbólicas de la cultura quedaron arrasadas por los supuestos valores de la sinceridad, en la edad moderna. Frente a la misantropía del sincero, que no duda en endilgar a los demás su fastidiosa verdad, el autor prefiere la filantropía del mentiroso.

Y tanto me ha gustado lo que dice, que me estoy planteando dejar de ser tan antipático y no publicar aquí esas crudas opiniones que periódicamente les suelto, probablemente con juicio errado, y endulzarles la vida con historias más amables, menos reales, y sonreír más. Pero mejor, lean el artículo.

sábado, 24 de septiembre de 2011

LA ORACIÓN DE LOS AMANTES

Hoy les quiero contar una historia conmovedora que he escuchado en la radio.

Un hombre de cincuenta y tantos, tenía una mujer que estaba enferma de cáncer. Un día ella, desesperada por el avance de su enfermedad, lloraba llena de angustia. Le gustaba su vida y no quería dejar de vivir. Él no sabía cómo consolarla. Se metió con ella en la cama y propuso a su mujer escuchar, para distraerse, alguno de los programas de Mundo Babel, que Juan Pablo Silvestre emitía cada sábado en la radio. Abrazados escucharon las palabras, las canciones, los sonidos y los pensamientos de Juan Pablo, que obró un milagro: les trasportó a aquel “mundo” suyo tan personal. Les permitió alejarse de ellos mismos y de su ansiedad. Se olvidaron, durante dos horas, de sus sufrimientos. Pronto se convirtió en el programa favorito de ambos y se descargaron otros muchos programas de la página Web de la radio para escucharlos.

La impotencia que siente quien está al lado de un enfermo incurable es difícil de describir. Pero cuando aparece alguien que consigue traer al enfermo un poco de distracción y de consuelo, siente por él un inmenso agradecimiento. Y como aquel hombre era amigo de escribir cartas le escribió una de agradecimiento a Juan Pablo.

La respuesta tardó en llegar, como todas las cosas que merecen la pena, pero al cabo de unos meses recibió esta carta:

“Gracias en primer lugar por ese AGRADECIMIENTO en mayúsculas que me enviaste, ya hace unos meses, junto a tu historia de amor maravillosa, dolorosa, fieramente humana, pero que habla de dos personas grandes en el dolor que es donde se miden las cosas ciertas.
“A pesar del tiempo transcurrido, lo cierto es que me llegaste al alma. El próximo sábado 27 de agosto, intentaré agradecértelo mínimamente y el programa os estará dedicado (sin citar nombres). Será una oración, una declaración de AMOR, con mayúsculas, esa energía que transforma la cruda realidad.
“Lo escribí yo y lo escribirá la música pero vosotros lo encarnáis de la mejor y más heroica manera.
“No sé cómo os habrá tratado la enfermedad en este espacio, ojalá el milagro exista, pero ya sois un milagro en vosotros mismos y en vuestra relación. Mi felicitación cariñosa y un fuerte, fuerte abrazo”.

Aquel sábado (27 de agosto de 2011) el programa pudo escucharse en la radio. Juan Pablo Silvestre lo llamó La Oración, y ahora ustedes lo pueden escuchar aquí. Espero que les guste tanto como me gustó a mí.
Escuchar programa
(2 horas)

viernes, 16 de septiembre de 2011

DEVORAR A LOS HIJOS

La familia debería ser siempre un reducto de intimidad, de protección y de amor, y a menudo lo es. Pero por desgracia, al ser un recinto cerrado, cualquier cosa es posible: lo mejor y lo peor. Las relaciones tiránicas, crueles, violentas y espeluznantes que a veces tienen los seres humanos(?) cuando viven en familia pueden llegar a ser un verdadero tormento para sus víctimas.

En estos tiempos son frecuentes las noticias que nos llegan sobre mujeres maltratadas por sus crueles maridos o parejas. Parecen noticias llegadas del infierno. Son, sin embargo, mucho menos frecuentes las denuncias y noticias sobre los hijos que también pueblan ese infierno. Los maltratos y abusos a que son sometidos muchos niños por sus padres suelen ser silenciados por sus parejas, sin duda atemorizadas por la bestia. A todos nos llenó de horror y angustia la historia de aquel austriaco, Joseph Fritzl, el llamado “el monstruo de Amstetten”, que tuvo encerrada durante años a su hija de la que abusaba sexualmente y con la que tuvo varios hijos-nietos, que nunca habían salido del cubículo oscuro y subterráneo donde los encerraba.

Esto me trae a la mente la genealogía de los Dioses griegos, que nos cuenta Hesíodo en su Teogonía. Cuenta que Urano, el Cielo, tuvo con Gea, la Tierra, varios hijos: los Cíclopes, los Hecatonquiros, las Titánides y los Titanes; los nombres de estos últimos eran Océano, Crío, Jápeto, Hiparión y Crono.

Cuando Urano sepultó en el Tártaro –el infierno– a sus hijos los Cíclopes y a los Hecatonquiros, Gea incitó a los Titanes a que lucharan contra su padre. Los dirigió el más joven de ellos, Crono, que, armado con una hoz, sorprendió a Urano mientras dormía y lo castró. Los Titanes entonces dejaron el mando de la tierra a Crono, que volvió a encerrar en el Tártaro a los Cíclopes y a los Hecatonquiros.

Crono se casó con su hermana Rea, una de las Titánides. Como sus padres le habían predicho que sería destronado por uno de sus hijos, Crono devoraba a los vástagos que iba teniendo con Rea: Hestia, Deméter, Hera, Hades y Posidón. Cuando Rea dio a luz a Zeus, lo escondió en Creta y entregó a Crono una piedra envuelta en pañales para que la devorara como a sus anteriores hijos. Zeus se crió con los Curetes, que golpeaban sus escudos para que Crono no oyera los llantos del niño. Logró hacerse más tarde copero de Crono y, con ayuda de Metis, hizo que su padre tomara su dulce bebida mezclada con mostaza y sal, lo que hizo que vomitara, primeramente la piedra, después a sus hermanos y hermanas aún vivos.

Entonces Zeus y sus hermanos declararon la guerra a los Titanes, que estaban dirigidos por el gigante Atlante. La guerra duró diez años, hasta que Gea profetizó que Zeus vencería si se aliaba con los Cíclopes y los Hecatonquiros, encadenados por Crono en el Tártaro.

Zeus liberó a todos ellos y les dijo:

– Escuchadme, hijos de Urano y Gea, para que diga lo que el corazón me manda. Luchamos a diario desde hace tiempo, nosotros los hijos de Crono, contra los Titanes, por la victoria y el poder. Mostrad vuestra fuerza contra los Titanes, en esta lucha, recordando nuestra vieja amistad y cuánto habéis sufrido en vuestro cautiverio.

Ellos, agradecidos, les regalaron las armas con que vencieron. Hades desarmó a Crono con ayuda del casco que lo hacía invisible, Posidón lo inmovilizó con su tridente y Zeus lo derribó con su rayo. Crono y los Titanes, derrotados, fueron confinados en el Tártaro o desterrados.

Al Dios Crono, los romanos le llamaron Saturno. No sé cuántos “saturnos” hay sueltos por ahí, que hacen sufrir lo indecible a sus propios hijos, que viven encerrados en un infierno atormentado de crueldad, violencia, desprecio, miedo, insultos, abusos, complejos y culpa. Hay muchas maneras de devorar a los propios hijos y no todas son tan impactantes o manifiestas. Un padre tiene un enorme poder, sus hijos son débiles y les necesitan para sobrevivir y, sobre todo, necesitan que su padre les quiera. Pero ese poder sobre los hijos es peligroso. Algunos padres sienten amenazada su autoridad o celos de sus hijos, y entonces ejercen su poder, maltratándolos, insultándolos, minando poco a poco su autoestima, su capacidad de amar y pueden convertirles así en los padres crueles del futuro. De ese Tártaro algunos hijos no salen jamás y son destruidos. Todos quedan marcados de por vida.

A nuestro alrededor puede haber padres terribles que maltratan a sus hijos, eso si no hemos sido nosotros mismos una de esas víctimas. Quizá esos pobres hijos y esas pobres madres estén esperando que mostremos un poco de piedad, de ayuda, como la que recibieron Zeus y sus hermanos de la tiranía de su padre. No podremos regalarles un casco que les proporcione la invisibilidad, un tridente que inmovilice al maltratador o un rayo que lo destruya, pero quizá la ayuda que podamos dar a las víctimas sea llamando a la policía o a los servicios sociales; aislando al salvaje para que sienta su maldad; pronunciando algunas palabras de amistad, que les digan que no tienen la culpa, que son las víctimas, que no tienen la culpa, que no tienen la culpa...; quizá así les proporcionaremos consuelo y ánimo para la lucha contra esos titanes, que no son invencibles. A los demás, nuestro silencio sí que nos hace culpables.

jueves, 28 de julio de 2011

LA CAIDA DE LOS DIOSES

Lina Cavalieri
Como ustedes saben, estos días están retransmitiendo en Radio Nacional de España las óperas de Wagner que se están representando en el mundialmente conocido festival de Bayreuth. No voy a hablar hoy de ese selecto club cultural de los wagnerianos, que lleva más de 150 años en pleno auge, quizá otro día. Hoy ha llamado mi atención lo frecuente que es que silben y pateen la actuación de los cantantes de ópera, cuando no responden a sus exigencias. Y pienso que tras el enorme éxito que algunos cantantes de ópera pueden llegar a alcanzar, que incluso les apodan divinos, viene su caída, irremisiblemente condenados al olvido, por grande que haya sido su gloria. ¿Dónde están las divas y divos de antaño?, diría el poeta.

Revolviendo libros, topo con una biografía de Lina Cavalieri, la italiana, que a fines del siglo pasado, era llamada la mujer más hermosa del mundo. Mi abuela tenía un disco suyo. Yo lo escuchaba en el gramófono que tenía en su casa de campo, a pesar del terrible ruido de fondo que hacía la aguja con su arado sobre el grueso disco.

Había nacido e 1874, y vivió hasta 1944. D´Annunzio la había llamado “la testimonianza di Venere in terra”, el testimonio de Venus en la tierra... Había nacido en un pobre barrio de Roma, de gente muy humilde. Debutó a los veinte años en las varietés, aunque ella sostuvo siempre que lo había hecho a los catorce, bambina ingenua y tímida... La avispa era entonces el ideal de belleza, y Lina era la avispa. Tuvo grandes éxitos. Cantó en Roma y en Nápoles, y en París, en las Folies Bergerres. Fue un triunfo colosal.

Perfeccionó su voz y dio lecciones de canto. Apareció en Lisboa, vestida literalmente de joyas, cantando ópera, Los Payasos. Fue silbada por las señoras portuguesas y aplaudida por sus maridos. D´Annunzio  dijo: “Lina, una resonancia tienes en la voz que me consuela y me contrista, como en octubre, cuando, con los rebaños, se camina a la orilla del mar...” Pese a los silbidos en Lisboa cantó en Italia. Visitó Berlín, donde fue muy apreciada; para muchos cantaba mal, pero interpretó con muchísimo éxito un amplio repertorio de óperas desde la ópera de Monte Carlo al Metropolitan Opera House de Nueva York, y actuó con los mejores tenores de su época, sin que faltara Enrico Caruso.

Los primeros dentífricos se anunciaron con su sonrisa, que dejaban ver los entreabiertos labios, los finísimos dientes. Estuvo a punto de ser raptada por un Majarajá indio, y al fin, abandonando banqueros y marqueses de Francia, se casó en San Peterburgo con el príncipe Alejandro Bariatinsky, el hombre más rico de Rusia en su tiempo. Pero se aburría en la corte de Rusia, y del asedio de los grandes duques. Pidió el divorcio, alegando motivos religiosos, y se lo concedieron en San Petersburgo sin dificultad alguna.

La gente se apiñaba para verla pasar al galope, en su caballo blanco. El propio Guillermo II la saludaba militarmente. Se casó, entonces, con el multimillonario americano Canler, que le regaló tres casas palacio en Nueva York. El matrimonio duró una semana, Lina abandonó su Bob y regresó a París con más joyas. Cuando se retiró de la escena, abrió una casa de belleza en París. También interpretó varias películas mudas.

Lina tuvo muchos amores y cuatro maridos, pero un día envejeció. Y regresó a Italia, a Florencia, una ciudad en la que se puede envejecer y esperar la muerte. Lina andaba siempre con un maletín: llevaba en él sus joyas. Vino la guerra del 39, la rendición de Italia. Los aliados bombardeaban Florencia. Un día, al anunciarse un bombardeo, Lina, buscando el refugio más próximo, se dio cuenta de que salía sin su maletín: volvió por él y una bomba la mató, justamente cuando abrazaba su famoso maletín de piel de Rusia con las joyas y el dinero... Tenía los ojos celestes, dulces, serenos, “ojos de niña”, dijo D´Annunzio; “de niña abandonada en una estación de ferrocarril”, dijo Cocteau...

Gina Lollobrigida la encarnó en la película de 1955, La mujer más bella del mundo. Fue bella, elegante, famosa, pero inútilmente. Hoy ya nadie la recuerda. Maldades que tiene el tiempo.

domingo, 17 de julio de 2011

BUSCANDO A GRETA

La historia que hoy les quiero contar es el argumento de la película Buscando a Greta, de Sydney Lumet.

Gilbert es un contable, vive en Nueva York, su trabajo es aburrido, su jefe un cicatero insoportable y el ambiente de su oficina es opresivo. Está casado con una mujer mona y convencional que quiere llevarle a vivir a Los Ángeles, donde su adinerado padre ha ofrecido a su yerno un trabajo mejor remunerado.

Su madre, ya entrada en años, es una mujer divorciada e inconformista, vitalista y nada convencional. Es una activista que se rebela continuamente contra las pequeñas injusticias que aparecen en su vida y por lo que consigue ser arrestada a menudo. También es una apasionada admiradora de Greta Garbo: ha visto innumerables veces sus películas, sigue llorando con ellas cada vez que las ve, se sabe todos sus diálogos y colecciona sus fotografías. A su hijo le puso el nombre de John Gilbert, que era el nombre de la pareja más famosa que tuvo la Garbo en el cine.

Un día diagnostican a la madre un tumor cerebral. Le dan pocos meses de vida. La internan en un hospital. Ella afronta la realidad de los hechos, le da rabia irse tan pronto, y expresa a su hijo el deseo de poder ver a Greta Garbo antes de morir. En aquella época La Divina era un mito que se había retirado del mundo y vivía enclaustrada e inaccesible en un apartamento de Nueva York. Su hijo piensa que es imposible alcanzar esa estrella, pero por amor a su madre decide intentarlo, en lo que será una búsqueda que le llevará a vivir mil peripecias.

Lo primero que hace es comprar todos los libros de la diva del cine. Se pone en contacto con uno de los fotógrafos que consiguieron hacerle una de las últimas fotos a la actriz. Resulta ser un paparacci, viejo, arruinado y solo, que vive en un siniestro apartamento. Le contrata para que ayude a encontrar a la actriz. Gilbert dice en la oficina que está enfermo y que no puede ir a trabajar. Pasan los dos una semana haciendo guardia en la calle frente al lujoso edificio de apartamentos donde vive ella. No consiguen nada. El fotógrafo se despide de él y le dice que está cansado de perseguir a la gente, de esperar agazapado a que se descuiden para poder fotografiarles, de que le miren con aire de superioridad y de desprecio.

Después intenta hacerse pasar por un repartidor para subir al apartamento donde vive La Divina. Es expulsado de mala manera. Averigua qué empresa de gourmet reparte comidas en el edificio y, tras una entrevista con el encargado, que le enseña lo que supone ser rico en esa ciudad, se emplea como repartidor. Para ello ha tenido que conseguir que le cambien el horario de trabajo de su oficina, dejándose las tardes libres, empezando a trabajar a las seis de la mañana. Pasa semanas agotadoras, de madrugones insoportables por las mañanas para ir a la oficina y de repartidor de comidas por toda la ciudad en una bicicleta con carrito por las tardes. Al fin, un día le mandan al apartamento de Greta, y sube hasta su casa, pero no consigue pasar de la entrada de la cocina, donde una doncella y un mayordomo le impiden entrar. Cuando insiste, vuelve a ser expulsado de mala manera.

Gilbert recuerda entonces que el fotógrafo le dice que la actriz no siempre vivía en Nueva York, que viajaba a Francia, a España y que iba a menudo a la Isla del Fuego. Esa isla, situada frente a la ciuidad, resulta ser un lugar lujoso de vacaciones, frecuentado por homosexuales. En el trasbordador conoce a un gay maduro, solitario y amable que le cuenta que un día la vio paseando por la playa y que desapareció frente a una casa y le enseña dónde está. Se pone a montar guardia frente a la casa. De repente, ve movimiento de gente y se precipita para ver si la encuentra. Llama y le dicen que allí no vive ninguna Greta. Entonces se da cuenta de que ella se escapa, en un bote, a una avioneta atracada en el mar. Se mete corriendo en el agua, gritando, para hablar con ella, pero es inútil, ella ya sube al avión y despega, él se cae. Cuando intenta volver, todo mojado, ya ha salido el último trasbordador y tiene que dormir en la playa. A la mañana siguiente, al volver a casa, su mujer, le dice que le han llamando de su oficina porque ha faltado sin avisar, que ella lleva toda la noche esperándole. Discuten y ella le dice que ha tomado la decisión de separarse de él, que vuelve a Los Ángeles, pues ella sólo quiere una familia y seguridad, sin sorpresas y últimamente su vida está llena de sucesos inesperados.

Mientras tanto, su madre sigue en el hospital. Poco a poco va perdiendo vista y no puede leer ni ver los partidos de baloncesto de la tele, va perdiendo oído y tampoco puede escuchar la música que le gusta bailar, nota cómo su final se acerca. A veces se desorienta y empieza a no reconocer a la gente, pero sí que tiene tiempo para interesarse por las condiciones de trabajo de las enfermeras y las anima a luchar por unas condiciones de trabajo dignas.

Su hijo sigue visitándola pero no consigue darle la noticia que ella espera. Durante todo ese tiempo conoce a una nueva compañera en el trabajo, que quiere ser actriz, es joven, guapa, simpática y extravagante. Se va enamorando poco a poco de ella.

Gilbert no sabe qué más hacer. Acude a un ciclo de conferencias y películas sobre la Garbo, y en el cóctel escucha a alguien que dice que una amiga de Greta, es mejor actriz que ella. A través de una agencia de actores intenta conocer la dirección de esa otra actriz, ya octogenaria. Tampoco lo consigue, pero su nueva compañera de trabajo sí, pues está afiliada al gremio de actores. Finalmente encuentran a esa vieja gloria del cine, en unos ensayos de teatro. Chochea, se tambalea, les habla de la Garbo y les cuenta que le gusta mucho ir los domingos al mercadillo de antigüedades de la sexta avenida.

Allí se planta nuestro sufrido héroe, sin mayor esperanza. De repente la ve. No puede creer que aquella mujer con sombrero y capa, que está a lo lejos, en la otra punta, sea la mismísima Greta Garbo. Sale corriendo, se planta delante de ella y le dice:

–¿Podría dedicarme un minuto, por favor? No soy un periodista ni nada de eso, se trata de mi madre, escúcheme por favor. Mi madre está muy enferma, está internada en el Hospital General de Nueva York. Tiene un tumor. Le queda poco tiempo de vida, muy poco. El doctor cree que esta semana morirá. Ella tiene un gran deseo. Conocerla a usted. He estado buscándola durante tres meses. Lo único que desea es verla antes de morir. Solo eso. Solo quiere mirarla. Por favor, venga conmigo, solo unos minutos, se lo ruego, cinco minutos..., un minuto. Por favor, no hay ni siquiera tiempo de pensárselo. Ella la quiere tanto..., la quiere a usted, tal vez, más que a mí.

En la escena se ve a Greta de espaldas, solo se ve el rostro suplicante de ese hijo que quiere desesperadamente hacer feliz a su madre. Y lo consigue. Lleva a Greta Garbo al hospital, la deja con su madre en la habitación. Allí tienen una larga conversación sobre sus vidas. Cuando se La Divina marcha, su madre está exultante de dicha, su hijo también.

La madre muere habiendo alcanzado su mayor deseo. Su hijo toma una sorprendente decisión. Abandona su trabajo diciendo lo que piensa a su jefe miserable. Declara su amor a su compañera. Había tomado la decisión de aspirar a mucho más en esta vida, algo tan sencillo como vivir con quien se ama y trabajar en un sitio que le guste.

En la última escena se ve a la pareja feliz, paseando por un parque. De repente ella ve a lo lejos a Greta Garbo. Se lo dice a Gilbert, excitadísima. La actriz se acerca a los dos y le dice a él:

–Hola Gilbert, ¿cómo estás?

Su novia se queda atónita y le dice, llena de admiración, que es alguien sorprendente. Sí, ese triste y apocado contable, se ha convertido en un hombre feliz, gracias a la ardua misión que se impuso de proporcionar un poco de dicha a su madre antes de morir.

jueves, 14 de julio de 2011

VISITAS


¡Sí señores!, esta bitácora ha llegado a la cifra redonda de 30.000 visitas. En buena medida esto se debe a las enormes ventajas de las visitas virtuales. Los que vienen a este sitio lo hacen por gusto, sin ningún compromiso, pues no son mis deudos. No tienen que desplazarse. Vienen a la hora que quieren. Echan un vistazo, si quieren dejan su tarjeta de visita, o escriben su comentario en el libro de visitas, cogen o copian lo que les interesa y se van. Todo gratis. Aquí no se compra ni se vende nada. Muchos vuelven. Siempre son bienvenidos. No molestan.

Hay muchos tipos de visitas. Las visitas de compromiso, como a las que, de niños, nos llevaban nuestros padres para ver a los abuelos, a los tíos o a algún familiar más lejano. Las visitas de compromiso suelen ser un tostón tanto para quienes las hacen como para quienes las reciben.

Luego están las visitas que dan miedo. Algunos visitantes son tan espantosos, que se han hecho docenas de películas de terror sobre ellos, como las de extraterrestres.

De las visitas a los enfermos, que también dan pánico, ya he hablado en otra entrada, pues son capítulo aparte.

También están las visitas inoportunas o inesperadas. Rara vez son gratas. Muchas veces son de desconocidos: vendedores, repartidores de propaganda, encuestadores o testigos de Jehová que nos preguntan cosas como “¿quiere que recemos por usted?", como la de este video. 

A pesar de lo engorroso de esta invasión, peores son las visitas inoportunas de nuestros conocidos, pues hay que ponerles buena cara, recibir con un mínimo de cortesía, ofrecer un refrigerio y demás. Los peor educados se presentan sin avisar, pero incluso cuando te llaman antes, no puedes impedir que vengan a verte, salvo que les mientas con alguna excusa o te proclames antipático..., y seas sincero con ellos, cosa que no suelen agradecer. Algunas de estas visitas se hacen costumbres, incluso diarias, y ya nadie analiza ni su sentido, ni su oportunidad.

En el siglo XIX, esta costumbre social de visitarse, sobre todo entre las damas de la burguesía y la alta sociedad, estaba muy extendida. Las señoras abrían sus salones a sus conocidos y amigos un día fijo a la semana o al mes. Y allí se presentaban, sin tener que avisar, cuantos querían verlas. Se hacía aquellas visitas con asiduidad para coincidir con alguna de sus amistades, cumplir con un compromiso, o por el verdadero placer de una grata compañía o de una velada agradable. Si se tenía prisa se podía dejar tan solo una tarjeta de visita. Era de cumplido devolver esas visitas cuando se tuviera ocasión y en el día de visita correspondiente.

Cuentan una anécdota sobre Oscar Wilde, que recibió una tarjeta de una dama de la alta sociedad que, intentado conseguir que el escritor acudiera a su salón, le escribió una nota que decía: “Lady XXX estará en su casa el jueves a partir de las cinco”. Wilde escribió debajo, a modo de contestación, “Oscar Wilde, no”.

Se podrá objetar que este sistema social era protocolario y hasta burocrático, similar a los días de visitas que se fijan para visitar un museo o un monumento, y que hacían perder toda espontaneidad a quien deseaba ver a un amigo en un momento dado, porque le apetecía, porque lo necesitaba o porque simplemente quería estar con él. Pero yo diría que aquel sistema era insuperable, puesto no impedía el contacto personal con los amigos, sino que organizaba la costumbre social de visitarse, sin tener que sufrir los inconvenientes de tal actividad.

A lo mejor sea ahora tiempo de plantearse cuánto tiempo hace que alguien lleva esperando una visita nuestra, una visita real. Son personas con la que acaso tenemos o hemos tenido vínculos importantes, que les importamos más que a esos desconocidos en Internet, a los que revelamos confidencias que no osamos contar a quienes tenemos al lado. Quizá sea tiempo de preguntarse por qué no le llaman a uno cuando se siente solo y desea la visita de otra persona, de esa persona a la que llevamos tiempo esperando.

La mayoría de las veces se agradecen las visitas cuando uno está en un asilo de ancianos, internado en un manicomio o encerrado en la cárcel. Son una alegría indiscutible cuando tienes ganas de ver a la persona que viene a verte. Hoy que se ha desorganizado la asiduidad de la costumbre de la visita, la gente ya rara vez hace visitas engorrosas y menos sin avisar, pero hace muchas visitas virtuales. Muchos, cuando están sin nada mejor que hacer que hablar con los que tienen al lado, entran en Internet, visitan sus sitios favoritos, saludan, se entretienen..., o escriben un blog esperando que les lean. Es la soledad la que llena los sitios como este en Internet.

Confío que ustedes, que hacen visitas virtuales, no hayan olvidado que el mundo real está ahí fuera, lleno de personas interesantes. Algunas les quieren y quizá no entienden que ustedes estén sentados al ordenador. No las descuiden. En mi caso, muchos de los que me conocen personalmente también han participado en este juego. Pero si tienen un ratito no dejen de hacerme compañía, pues estas 30.000 visitas han entretenido mis momentos de soledad y espero que también los suyos. Ninguna ha sido inoportuna, terrorífica o molesta, y muchas geniales, cariñosas, emocionantes, interesantes, absurdas, divertidas, eruditas, inocentes o maliciosas. Yo estoy enormemente agradecido por su compañía. Ha sido un placer que pienso prolongar.

domingo, 10 de julio de 2011

BARTLEBY QUIZÁ DIGA SÍ

“Todos conocemos a los bartlebys, son esos seres en los que habita una profunda negación del mundo. Toman su nombre del escribiente Bartleby, ese oficinista de un relato de Herman Melville que jamás ha sido visto leyendo, ni siquiera un periódico; que, durante prolongados lapsos, se queda de pie mirando hacia fuera por la pálida ventana que hay tras un biombo, en dirección a un muro de ladrillo de Wall Street; que nunca bebe cerveza, ni té, ni café como los demás; que jamás ha ido a ninguna parte, pues vive en la oficina, incluso pasa en ella los domingos; que nunca ha dicho quién es, ni de dónde viene, ni si tiene parientes en este mundo; que, cuando se le pregunta dónde nació o se le encarga un trabajo o se le pide que cuente algo sobre él, responde siempre diciendo:

–Preferiría no hacerlo.”

Estas palabras que copio de la primera página de la novela Bartleby y compañía, de Enrique Vila Matas, me dieron pie hace unos años, a ponerle cariñosamente este apodo a una pintora amiga nuestra, cuando dijo NO a la pintura. Hace años que vivía en una larga crisis, que derivó en otras pequeñas crisis –como la que quizá le hizo renunciar a la pintura–, que desembocaron en una crisis de terrible sufrimiento. Todos esperamos que sea la definitiva. Hace unos días ha venido a hacernos una visita a casa. Estaba tranquila, guapa, mejor...

Hablamos de arte, de pintores, algunos admirados, otros amigos. Nos dijo que estaba recuperando el placer y el deseo de la pintura. Que quizá volviera a pintar, que había comprado, después de muchos años, cuadernos, pinceles, pinturas y aperos, que visitaba exposiciones...

Pensé, contento y un poco emocionado, que el mundo de la belleza y el arte, al que un día ella había renunciado, había venido a salvarla, que no la había olvidado. Ese mundo no es tan potente como el amor, ni tiene sus efectos miríficos, ya lo sabemos. No puede solucionar los problemas que uno tiene consigo mismo y con las personas que quiere. En la mayoría de los casos ni siquiera proporciona ingresos, aunque sean escasos. El arte, sin embargo, nos regala jornadas de enorme placer, una mirada nueva sobre las cosas y las personas, un poco de sentido a nuestra vida. La pintura puede ser un manantial de alegría, de equilibrio y de energía. Les anuncio que es posible que consiga que Bartleby diga SÍ.

Sé que lees este blog, Bartleby. ¡Un abrazo muy fuerte!

domingo, 3 de julio de 2011

HOMBRE Y MUJER

Yo tenía dieciséis años y curiosidades intelectuales. De eso hace una eternidad. Me compraba revistas culturales y de arte. Llevaba unos meses comprando algunos números de la Revista de Occidente. La revista, en su 3ª época, se editaba en folio, con papel grueso y muchas ilustraciones, algunas en color. Aquel formato difería de los que había tenido antes y del que tiene ahora, más parecido al original. Cuando compré el número 19, de mayo de 1977, en la portada aparecían dos esculturas en color, de un hombre y una mujer, con una luz azulada, en lo que parecía el taller de un artista. Debajo, en grandes letras, aparecía “ANTONIO LÓPEZ GARCÍA Y SU OBRA ARTÍSTICA”. Ese era el título del artículo principal de aquel número, firmado por un crítico de arte entonces bastante conocido Santiago Amón, que murió años después en un accidente de helicóptero.

Aquella fue la primera noticia que tuve de un artista que pintaba cuadros de un hiperrealismo fascinante, con una técnica perfecta, fruto de unas dotes portentosas de observar los objetos, la luz, de aguardar el paso del tiempo, de representar la realidad, en suma. Esa realidad que, como dice el propio artista, es inmensamente generosa, pues en ella hay sitio para todos. En las esculturas de la portada, de un hombre y una mujer, llevaba años trabajando, buscando la proporción perfecta. Aquella fue también la primera noticia que tuve de ellas, pero su historia venía de muy atrás.

1966. Antonio López llevaba unos meses trabajando sobre un díptico de un hombre y una mujer de espaldas y decidió trabajar en dos esculturas, de cuerpo completo. No sabe que esas dos esculturas de cuerpo completo, de casi dos metros, le perseguirán toda su vida. Trabaja sin un modelo concreto, avanza, pero no está convencido.

1968. El hombre y la mujer se detienen. El artista está desorientado y decide arrinconarlos. Aquellas esculturas permanecen calladas en su estudio, observándole durante años. Pasa el tiempo.

1973. Retoma el trabajo para una exposición, vuelve sobre ellas, las completa. Los dos cuerpos viajan a Londres, se venden. Pero en la cabeza del artista las figuras permanecen vivas, no están terminadas. Le pide a la nueva propietaria que le permita hacer unos retoques. Ella accede sin haber llegado a tenerlas en su poder.

1977. Siguen las figuras en su estudio. Allí las fotografían para el artículo del número la Revista de Occidente que yo compré.

1990. El hombre de dos metros, que lleva más de veinte años esperando, sigue transformándose lentamente. Ya no es el mismo. Le ha cambiado el tórax, le ha cortado por la mitad y le ha hecho crecer. El cráneo es más grande y las piernas tienen otro carácter. El conflicto, confiesa el artista, es que he empezado la obra sin contar con la persona que respondía a la idea de lo que debía ser esta escultura. He trabajado exactamente al revés de cómo debo trabajar.

Ese pequeño Frankenstein privado, que es fotografiado durante todos esos años, aparece en ocasiones sin brazos, o partido por la mitad. Muchos modelos han pasado por su estudio para prestarle alguno de sus rasgos. El artista busca la proporción justa. A cada cambio se suceden nuevas necesidades de cambio. Cuando piensa que el final estaba cerca, pero siempre se aleja. Cada intervención parece la solución, pero no lo es. El trabajo es eterno, el artista duda.

1993. Las figuras son expuestas en la gran exposición antológica que el Museo Reina Sofía hace del pintor. Pero él no la da por terminada. Las paredes del estudio están llenas de medidas y números, buscando la perfección. Acumula todo un cuaderno de apuntes y bocetos a lápiz de su gran obsesión, al que él llama geografía humana.

Esta obsesión me recuerda el cuento de Borges “Del rigor de la ciencia”, en el que los geógrafos y cartógrafos de un imperio imaginario, en su celo por confeccionar el mapa perfecto, confecciona un mapa imposible de las mismas dimensiones que el imperio, para después abandonarlo a las incidencias del sol y de los inviernos.

“Nunca sueño con mis cuadros, pero algunos veces he soñado con él –confesó el artista–, me perseguía por una calle de Tomelloso. Veía su cabeza sobresali
r entre la gente y yo le esquivaba”. Años después, tiene otro sueño. “Yo estaba frente a él. Entonces, hizo un movimiento y se tiró un pedo”. Mari, su mujer, le tiene que despertar. Antonio está muy agitado.

2011. El pintor no da por acabada su obra pero la expone en una nueva exposición en el Museo Thyssen de Madrid. Ayer me reencontré con las figuras. El montaje permite acercarse a ellas. Me aproximo lentamente. Miro al hombre a los ojos, son de un realismo asombroso. Parece mantener su mirada viva. Quién sabe cuántas cosas habrá observado y escuchado, qué misterios habrá registrado ese cuerpo inerte, observando al pintor en su estudio, viajando esporádicamente, sufriendo los cambios en su figura, que no parecen tener fin. La escultura parece estar viva, ser sabia y haber acumulado la experiencia de muchos años.


Yo vuelvo a casa bastante impresionado por el reencuentro con la escultura del hombre. Espero que, en otra década, tengamos otra ocasión de volver a vernos. Hemos cambiado tanto en estos años... La primera vez que nos encontramos, yo tenía dieciséis años y muchos deseos. Tú tenías once y eras el proyecto de un artista obsesionado con la realidad. Ahora tengo cincuenta y noto el peso del tiempo sobre mi espalda. Según parece, a los dos nos esperan aún muchas cosas por ver y por vivir, tristes y alegres.

jueves, 9 de junio de 2011

LA NAVE DE LOS LOCOS

Nos contaba Michel Foucoult, en su obra Historia de la locura en la época clásica, que durante la Edad Media expulsaban a los locos de las ciudades y los encomendaban a los barqueros que se los llevaban lejos en sus barcas que recorrían los ríos del centro y del norte de Europa. De esta manera mataban dos pájaros de un tiro: se libraban de los pobres dementes y los recluían a la vez.

Debió ser una imagen de gran impacto ver navegar aquellas barcas llenas de seres dementes, aunque en realidad la mayoría serían minusválidos, epilépticos, alcohólicos o simplemente inadaptados, degenerados o antisociales. Sebastián Brandt, en el siglo XV, escribió su famosa obra La nave de los locos, que no era sino una alegoría crítica de los vicios y necedades de su tiempo, por la que pasaban diversos cuadros sociales mostrando las locuras de sus semejantes. La obra tuvo otras secuelas (como el ilustre Elogio de la locura, de Erasmo de Rótterdam), y muchos famosos pintores se inspiraron en dicha obra para pintar cuadros tan famosos como el de El Bosco, que encabeza esta entrada.

Las sociedades de todos los tiempos han tenido siempre miedo a los locos y han buscado la mejor manera de librarse de ellos, pero sin eliminarlos, pues muchos consideraban que estaban tocados por un espíritu divino o diabólico. Pero los tiempos fueron cambiando y empezaron, poco a poco, a ser considerados como enfermos.

Los hospitales, que antaño estuvieron ocupados por apestados o leprosos, quedaron casi vacíos cuando se superaron aquellas epidemias y fueron llenándose de pacientes con enfermedades mentales o venéreas. Allí enseñaban a los locos a aceptar la conciencia social y a reprimir su comportamiento. Los considerados incurables eran recluidos de por vida.


A todos nos ha dado horror conocer las terribles condiciones en las que, desde el siglo XVIII eran encerrados aquellos seres miserables. Espanto y escalofríos producen las cárceles de locos que pintara Goya. Durante el siglo XIX las cosas no mejoraron demasiado. Los tratamientos eran torturas auténticas. En aquel pandemónium predominaban los aspectos represivos y de control social sobre los enfermos mentales, los manicomios eran la auténtica sede del poder médico. Al mismo tiempo, allí se generó el saber que acabaría siendo la ciencia psiquiátrica. El manicomio se convirtió en un espacio de normalización integradora para los sujetos que se adaptaran e interiorizaran la norma moral y social que se les imponía, y en un lugar de encierro permanente para los refractarios a dicho tratamiento. También era un laboratorio de experimentación de nuevas formas de control y de higiene social.

Gracias a los avances del psicoanálisis, la situación empezó a cambiar en el siglo XX pues empezaron a encontrarse tratamientos para enfermos que antes eran considerados casos perdidos. Se descubrió que los traumas eran el origen de muchas enfermedades mentales. Empezaron a humanizarse las condiciones de internamiento cuando se constató que aquellos encierros en celdas oscuras, con cadenas y tratos inhumanos eran contraproducentes para el estado mental de los enfermos. Hoy prácticamente han desaparecido los manicomios de antaño, donde se encerraba a la fuerza a los enfermos psiquiátricos.

Pero, ¿han desaparecido en realidad? Topo esto días con la noticia de que nuestras cárceles están llenas de enfermos mentales, no tan graves como para que no se les puedan imponer las penas de cárcel, pero con unas dolencias que se acentúan sin remedio en un ambiente tan hostil. El número de presos con problemas mentales es tan elevado (42,2% de la población reclusa en España) que el gobierno se ha visto obligado a poner en marcha Programa Marco de Atención Integral a Enfermos Mentales (PAIEM). Los centros penitenciarios no tienen recursos para tratarlos, ni son precisamente el mejor lugar para curarlos. Probablemente muchos han llegado allí porque la sociedad, a la que no se han podido adaptar, ha encontrado en sus delitos una buena excusa para su internamiento, para su control y para protegerse de ellos. Al final resulta que nuestro progreso en este tema, como en tantos otros casos, no ha hecho más que girar en redondo, para volver donde estábamos al principio.

Pienso yo que igual que volvemos a encerrar en cárceles a los enfermos mentales, sería bueno desenterrar el mito de la nave de los locos de nuevo. Recluiría yo en una barca, no a esos pobres enfermos desgraciados, sino a aquellos otros dementes que no son más que seres necios y malos, invadidos por la codicia, la crueldad y la lujuria. Los expulsaría lejos. Me refiero a los políticos corruptos que nos gobiernan y que se embolsan o despilfarran el dinero de nuestros impuestos, a los directivos que estafan a los ciudadanos desde los bancos y las multinacionales, a los vividores y burócratas de prestigiosas instituciones internacionales, a los científicos que ponen su sabiduría al servicio del poder, a los escritores, artistas, periodistas y directores de los medios que se dedican a fabricar ideologías para mejor control social, a cuantos utilizan su autoridad para abusar, incluso sexualmente, de sus inferiores...

Pensándolo bien, esa barca debería ser una inmensa nave, una nave espacial que se lanzara, repleta de seres despreciables, al espacio exterior, a una galaxia muy, pero que muy lejana.

martes, 24 de mayo de 2011

DEFENSA DE LA ARTESANÍA

José Llorens Artigas
Hay veces que siento nostalgia de la belleza de los objetos artesanales. Octavio Paz, cuyas ideas sigo en esta entrada, decía que la belleza de los objetos hechos a mano es inseparable de su función: son hermosos porque son útiles. Las artesanías pertenecen a un mundo anterior a la separación entre lo útil y lo hermoso. La sociedad, no hace tanto tiempo, estaba dividida en dos grandes territorios, lo profano y lo sagrado. En ambos casos la belleza estaba subordinada, en un caso a la utilidad y en el otro a su eficacia mágica. Había una relación secreta entre su hechura (cómo está hecha una cosa) y su sentido (para qué está hecha).

Hasta la Edad Media, los artistas eran anónimos. Aunque se conserva el nombre de algún artista clásico (como Fidias), desconocemos el nombre de la mayoría de los que levantaron y adornaron los templos, los palacios, las plazas y los jardines antiguos. Los músicos, actores y poetas de las cortes eran tratados como criados. La palabra arte significaba oficio o técnica y a quienes lo practicaban se les llamaba artistas, sin distinguir si era el que iluminaba un manuscrito, esculpía la figura de la Virgen o cincelaba una armadura. Cuando la sociedad fue perdiendo su sentido religioso, algunos de aquellos artistas empezaron a ser distinguidos de los demás, y se consideró que en la consecución de la belleza sólo algunos de ellos, nimbados por un aura mágica, merecían ser llamados artistas. El resto quedó como simples artesanos.

Simón Berasaluce
Ocurrió en el Renacimiento. Entonces fue surgiendo la figura del artista como artífice de lo sublime, como autor del objeto único e irrepetible, que firmaba sus obras. Paulatinamente fue adquiriendo prestigio: dejó de ser un empleado o un sirviente, y con el paso de los siglos subió poco a poco los peldaños de la escala social, aunque seguía dependiendo de poderosos mecenas. Pasados los siglos, sus obras salieron de la catedral, del palacio, de la tienda del nómada, del salón de la cortesana, de la cueva del hechicero y fueron a parar a los museos, convirtiéndose en iconos. El arte heredó el poder de consagrar a las cosas e infundirles una suerte de eternidad: los museos y galerías son nuestros templos modernos y los objetos que se exhiben en ellos están más allá de la historia. Para que una cosa bella pasara a ser objeto de culto como obra de arte debía excluirse de antemano su utilidad (como una pintura o una escultura), pues para ser arte había de cumplir la función religiosa de los objetos místicos.

Así fue como sólo algunos artistas lograron alcanzar el nuevo estatus. Primero ascendieron los poetas y los escritores. Luego les siguieron aquellos que practicaban las llamadas bellas artes (pintura, arquitectura y escultura). Finalmente se incorporaron los músicos, actores y bailarines. Pero atrás quedaron otros muchos, como los canteros, vidrieros, orfebres, herreros, tapiceros, ebanistas, joyeros, tapiceros, alfareros, cerrajeros, curtidores, sastres, zapateros, lutieres, encuadernadores... Pocos de estos artesanos llegaron a alcanzar el estatus superior de artista, aunque fueran únicos en su género. Así se abrió la brecha entre el artista y artesano.

Los objetos que seguían confeccionando los artesanos oscilaban entre la utilidad y la belleza, en un constante vaivén, que no tiene otro nombre que el de placer. Porque el objeto artesanal satisface la necesidad de recrearnos con las cosas que vemos y tocamos. Está hecho por los manos y guarda impresas las huellas digitales de quien lo hizo, no su firma; está hecho para las manos: no sólo lo podemos ver sino que lo podemos palpar. La artesanía es un signo que expresa a la sociedad no como trabajo (técnica) ni como símbolo (arte, religión), sino como vida física compartida. La vida cotidiana de la gente seguía rodeaba de objetos prácticos y hermosos, que servían para beber, para comer, para vestirse..., para vivir.

Emili Brugalla
Pero la artesanía sufrió un golpe definitivo con el advenimiento de la sociedad industrial, en el siglo XIX. Empezaron a fabricarse todos esos objetos en serie de modo industrial y los artesanos a ser sustituidos por las máquinas. La reacción contra la invasión de la producción fabril hizo surgir movimientos como el Arts and Crafts, el modernismo o la Bauhaus, que intentaron integrar los antiguos modos artesanales en los modernos sistemas de producción, que pretendían integrar la belleza y utilidad en todas las facetas de la vida, unir el arte con la artesanía.

Pero la guerra estaba perdida. Los objetos industriales han acabado inundando todo. Tienen un diseño, es verdad, pero totalmente alejado de la belleza artesanal. Su naturaleza efímera les obliga a estar en constante cambio e innovación, pues sólo el espejismo de su novedad es acicate para que los compremos. Su producción en masa los ha convertido en objetos de consumo, la mayoría inútiles o superfluos, que desaparecen con la misma rapidez que aparecen. En realidad no desaparecen, sino que su destino, cuando dejan de servir, es el basurero, pues se transforman en desperdicio difícilmente destructible. Del mismo modo, el consumismo y la industria han generado un mundo en el que también los artesanos han ido a la basura. Ya no existe ese espacio intermedio entre el objeto industrial fabricado en masa y la obra de arte única y original.

Ironías del destino, los valores de la artesanía, acosada y derribada, ahora sobreviven en la actividad de los artistas, muchos de los cuales siguen dibujando o creando sus obras de arte “a mano”, y así transmiten a su obra el auténtico aura de lo irrepetible; pero también determinados sectores industriales, después de haber acabado con las antiguas artes del oficio, pretenden elevar a la categoría de obras de arte sus diseños industriales. Ejemplos de esto son la alta costura o algunas artes decorativas, que ya han llegado a los museos.

Por eso hoy quiero defender la artesanía, ese mundo intermedio entre el museo y el basurero. Porque nos enseña a vivir poco a poco, a amar el trabajo bien hecho y con sentido, a hacer cosas útiles y bellas, cosas placenteras. Porque con ella aprendemos a amar los objetos que se gastan poco a poco y aceptan su fin, pero sin consumirse al instante. Porque la artesanía nos enseña a vivir y a producir en un modo pleno de sentido. Porque es más sano y placentero hacerse la comida despacio y con alimentos naturales, que comprarla ya cocinada y envasada en plástico. Porque es más ecológico dar valor a los objetos duraderos que consumir y tirar. Porque el objeto artesanal nos proporciona el placer de hacer las cosas con las manos y el placer de tocar los objetos que necesitamos en nuestra vida cotidiana, esos que nos ayudan a apagar la sed, a adornar una mesa, a vestirnos cómodos o a sentirnos a gusto en nuestras casas. Porque las flores de nuestro jardín son más bonitas cuando las hemos cultivado nosotros mismos.

Los hechos son irreversibles, no me engaño, pero seguimos necesitando la utopía del artesano. Esa necesidad ha provocado que proliferen cursos de mil cosas pintorescas. Pero no hablo de hacer botijos o encuadernar libros a mano. No se trata de abandonar la técnica, sino de volver a la artesanía, aunque utilice rayos láser y ordenadores. Sólo a un privilegiado grupo de diseñadores les es dado hoy en día  idear los nuevos productos, impulsados por la mercadotecnia, pero no por la necesidad real ni por el contacto físico con su producto. El resto de operarios de este sistema productivo repetitivo y alienante tienen reprimida toda forma de amor o de valor en su trabajo, dominado por la tiranía del trabajo en serie, la reducción de costes, el mercado y la competencia. Todos esos tristes trabajadores, la mayoría, necesitan cubrir esa carencia creativa en los ratos de ocio.

Pero pienso yo que mejor sería la sociedad que crea los propios objetos que necesita, hechos por personas que conocen y aman su oficio, cuyo conocimiento trasmiten fielmente durante generaciones, adaptando la forma y la función del producto, sin obligación de innovar de modo compulsivo o de repetir su trabajo como máquinas. Una sociedad que no crea los objetos que usa, es menos auténtica, más uniforme, más gris. Sólo cuando el objeto es adecuado a quien lo usa, en su forma y en su función, le siguen el placer, el deleite y la satisfacción. Cuando todo se compra hecho y no se comparte lo que cada uno crea con los demás, se hace una vida más privada, más particular, más egoísta. La vida pierde su sentido social, su sentido de lo público, de lo común. La sociedad que hiciera más cosas con sentido, digo yo que estaría más equilibrada.

viernes, 20 de mayo de 2011

LA EDAD DE ORO

«Después que Don Quijote hubo bien satisfecho su estómago, tomó un puño de bellotas en la mano, y mirándolas atentamente, soltó la voz a semejantes razones:

Manifestación  de indignados y amantes de la utopía, en la Puerta del Sol de Madrid.

–Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados, y no porque en ellos el oro (que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima) se alcanzase en aquella venturosa sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de “tuyo” y “mío”. Eran en aquella santa edad todas las cosas comunes, a nadie le era necesario para alcanzar su ordinario sustento tomar otro trabajo que alzar la mano, y alcanzarle de las robustas encinas que liberalmente les estaban convidando con su dulce y sazonado fruto. Las claras fuentes y corrientes ríos, en magnífica abundancia sabrosas y transparentes aguas les ofrecían. En las quiebras de las peñas y en lo hueco de los árboles forman su república las solícitas y discretas abejas, ofreciendo a cualquier mano, sin interés alguno, la fértil cosecha de su dulcísimo trabajo. Los valientes alcornoques despedían de sí, sin otro artificio que el de su cortesía, sus anchas y livianas cortezas, con que se comenzaron a cubrir las casas sobre rústicas estacas sustentadas, no más que para defensa de las inclemencias del cielo.


«Todo era paz entonces, todo amistad, todo concordia; aun no se había atrevido la pesada reja del corvo arado a abrir ni visitar las entrañas piadosas de nuestra primera madre, que ella sin ser forzada ofrecía por todas las partes de su fértil y espacioso seno lo que pudiese hartar, sustentar y deleitar a los hijos que entonces la poseían. Entonces sí que andaban las simples y hermosas zagalejas de valle en valle y de otero en otero, en trenza y en cabello, sin más vestidos de aquellos que eran menester....  No había fraude, el engaño ni la malicia mezclándose con la verdad y llaneza. La justicia se estaba en sus propios términos, sin que la osasen turbar ni ofender los del favor y los del interés, que tanto ahora la menoscaban, turban y persiguen. La Ley del encaje aun no se había sentado en el entendimiento del juez, porque entonces no había qué juzgar ni quién fuese juzgado.

Strauss-Khan. Presidente del FMI.
Acusado de intento de violación
«Las doncellas y la honestidad andaban, como tengo dicho, por donde quiera, solas y señeras, sin temor que la ajena desenvoltura y lascivo intento le menoscabasen, y su perdición nacía de su gusto y su propia voluntad. Y ahora en estos nuestros detestables siglos no está segura ninguna, aunque la oculte y cierre otro nuevo laberinto como el de Creta... Para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la Orden la de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar las viudas y socorrer a los huérfanos y menesterosos. Desta orden soy yo, hermanos...».
Miguel de Cervantes
Don Quijote de la Mancha
Primera Parte. Capítulo XI.

 
Manuel Chaves. Era Presidente de la Comunidad Andaluza,
cuando se produjeron, en su seno, fraudes a la Seguridad Social.
 
Francisco Camps. Presidente de la Comunidad Valenciana. Imputado en casos de corrupción.